Entro en la oficina del director. Guillermo se levanta de su silla y me mira con sorpresa.

—Solo necesito cinco minutos de tu tiempo. Es algo de suma¹ importancia —le digo.

En ese momento suena el teléfono y Guillermo contesta. Solo escucho su lado de la conversación. Cuando cuelga, me dice:

—Los guardias ya han llamado² a la policía. Llegan en tres minutos.

Pienso rápido y empiezo a hablar. Le explico que vi un objeto enorme más allá de Plutón. Primero pensé que era un planeta desconocido³, pero de repente desapareció frente a mis ojos. Minutos después reapareció en otro lugar. Llamé a mi amiga Lucía en Chile y ella lo observó conmigo. Los dos confirmamos lo mismo: el objeto se mueve de manera extraña y cada vez está⁴ más cerca de la Tierra.

Guillermo no me cree. Me dice:

—A otro perro con ese hueso⁵, Ernesto.

El director también sugiere⁶ que he ingerido alguna sustancia⁷ que afecta mi estado mental o que me estoy volviendo loco⁸. Yo insisto en que es la verdad, pero él se niega⁹ entrar en razón.

En ese momento escucho las sirenas de la policía afuera del observatorio. Sé que no tengo más tiempo. Antes de escapar, dejo una hoja con las coordenadas en el escritorio del director. Le digo que puede verificar mi trabajo si quiere. Entonces abro la ventana, bajo por la escalera de incendios¹⁰ y corro hacia mi auto.

* * *

Manejo rápido y llamo a Lucía por teléfono. Ella me contesta de inmediato.

—¿Todavía ves la nave? —le pregunto.

—Sí, pero desapareció otra vez —me dice—. Luego reapareció entre Saturno y Júpiter.

Pienso con miedo: A este ritmo¹¹, la nave llegará a la Tierra para el fin de semana.

Lucía me pregunta cómo me fue con Guillermo. Le explico que no me creyó, que llamó a la policía y que yo tuve que escapar. Ella guarda silencio y después dice que tenemos que actuar.

Decido ir rumbo¹² al DF. Le digo que quiero advertir a la presidenta de la república. Lucía dice que me estoy volviendo loco, pero al final acepta ayudarme. Calculamos que los dos podemos llegar a la capital al mismo tiempo. Entonces planeamos reunirnos¹³ en el Zócalo, justo afuera del Palacio Nacional.

—Ernesto, no puedes estar aquí —dice Guillermo, levantándose de su silla que está situada detrás de un enorme escritorio de madera.

—Cinco minutos —dice Ernesto—. Solo necesito cinco minutos de tu tiempo. Tenemos que hablar de algo de suma¹ importancia.

En este momento el teléfono suena y el director del observatorio contesta. Guillermo habla con la persona, pero Ernesto solo puede oír un lado de la conversación.

—¿Bueno? —dice Guillermo—. Sí. Sí, está aquí en mi oficina. Entendido. Gracias.

Entonces el director cuelga y se dirige hacia Ernesto de nuevo. Le dice:

—Los guardias de seguridad han llamado² a la policía. Ya están en camino. Llegarán dentro de tres minutos. Ahora, ¿qué es tan importante que entraste al observatorio a la fuerza?

—Te dije que necesitaba cinco minutos, Guillermo —dice Ernesto, un poco molesto—. Tú sabes que…

—Te quedan dos y medio —interrumpe el director.

—Pues, bien… —dice Ernesto, pensando a mil por hora—. Hace dos noches que descubrí un objeto enorme un poco más allá de Plutón…

Guillermo interrumpe de nuevo:

—¿Cómo descubriste algo hace dos noches si te expulsamos del observatorio? Dos minutos…

—Ah, sí, es verdad, me expulsaron… Bueno… armé mi propio telescopio en mi casa. Ni modo. El objeto que vi era enorme. Hasta pensé que era un planeta desconocido³. Guillermo, y esto es lo más raro... ¡El objeto desapareció!

—Entonces no descubriste nada con tu telescopio de basura. ¿Por qué viniste aquí? Un minuto treinta…

—Bueno, llamé a Lucía en Chile… Ella se puso a escanear el área conmigo. Guillermo… ¡el objeto volvió a aparecer!

—A otro perro con ese hueso⁴, Ernesto —responde el director.

—Esto es en serio, Guillermo —dice Ernesto—. Lucía lo ha visto también. Ella puede corroborar mi historia. Pero, es más, Guillermo… El objeto reapareció mucho más cerca de la Tierra.

—¿Crees que descubriste un planeta? Los planetas no se mueven así, Ernesto. Un minuto.

—No, no es ningún planeta —dice Ernesto—. Guillermo, ¡es una nave extraterrestre!

—No sé lo que te está pasando, Ernesto. No sé qué clase de fantasía estás viviendo o qué sustancias hayas ingerido⁵, pero la verdad es que necesitas ayuda profesional. Treinta segundos…

—Yo sé que parezco un demente —dice Ernesto—, pero es la verdad.

En este momento, unas sirenas de policía suenan afuera del observatorio. Ernesto va a la ventana y la abre. Afuera hay una escalera de incendios⁶.

Antes de salir, deja una hoja de papel en el escritorio del director.

—Sé que no me crees, Guillermo —dice Ernesto—. Estas son las coordenadas del objeto. Búscalo tú mismo. Si estoy equivocado, si de verdad me estoy volviendo loco⁷, mejor. Pero si tengo razón, si es una nave alienígena… Es probable que todos estemos en peligro mortal.

Con esto, Ernesto sale por la ventana y se baja por la escalera de incendios. Cuando llega al suelo, corre a su auto. Se sube y sale del estacionamiento chillando las llantas.

* * *

En el camino, Ernesto saca su teléfono y llama a Lucía. Ella contesta de inmediato.

—¿Ernesto? —dice Lucía.

—¿Ya contestó tu jefe?

—No, aún no ha contestado⁸ —dice Lucía.

—¿Todavía puedes ver la nave? —pregunta Ernesto.

—Sí, pero desapareció de nuevo.

—¿Pudiste localizarla⁹?

—Sí, volvió a aparecer entre Saturno y Júpiter —dice Lucía—. Está cada vez más cerca.

—A este ritmo¹⁰, la nave llegará a la Tierra para el fin de semana —dice Ernesto ominosamente.

Entonces Lucía cambia el tema. Dice:

—¿Cómo te fue con Guillermo?

—Pudo haber ido mejor¹¹ —dice Ernesto.

—¿Qué pasó? —pregunta Lucía.

—Pues, intenté explicarle la situación a Guillermo, pero no me creyó. Llamaron a la policía.

—¿Estás bien? —pregunta Lucía.

—Sí, estoy bien. Me escapé por la escalera de incendios.

—Ay, Ernesto, ¿qué vamos a hacer?

—Pues, dejé las coordenadas en una hoja de papel. Ojalá que Guillermo busque el objeto y entre en razón¹².

—Y, ¿si no entra en razón?

—Mira, ahorita estoy rumbo¹³ al DF¹⁴. Si Guillermo no busca el objeto, figuro que yo puedo advertir a la presidenta de la república.

—¡¿Cómo?! ¡Estás loco! —responde Lucía.

—Eres la segunda persona que me ha preguntado eso hoy, ¿sabes? Puede que tengas razón.

—Si tus amigos en el observatorio llamaron la policía, ¿qué crees que va a pasar en el Palacio Nacional?

—Yo sé que probablemente me van a arrestar —dice Ernesto—, pero ¿qué hemos de hacer¹⁵? Si no advierto a la presidenta, corremos un gran riesgo también… La extinción de la raza humana.

Lucía no dice nada por algunos momentos. Entonces ella responde:

—Ernesto, yo te voy a ayudar como puedo. ¿Cuánto tiempo falta para que llegues a la capital?

—Pues, el mapa dice que me quedan alrededor de once horas… ¿Piensas venir a México a ayudarme?

—Bueno, si salgo ahora mismo puedo llegar al aeropuerto en dos horas. Son ocho horas de vuelo, y otra hora para llegar al Zócalo¹⁶. Pues, llegaré más o menos al mismo tiempo que tú.

Con esto, Ernesto y Lucía finalizan un plan para reunirse en la estación de metro Zócalo/Tenochtitlán, justo afuera del Palacio Nacional.